Ahí, en medio de esos bosques hostiles, cuando más perdidos nos sentimos en el laberinto de la ciudad; ahí, en nuestras narices puede estar la salida. Bastó girar la cabeza y dejar de mirar lo de siempre para encontrar la puerta de escape.
(Otras veces, somos nosotros los que abriendo nuestras vidas a los demás permitimos que ellos encuentren su propio camino)
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